Desde octubre pasado, Carolina Sagarna, que tiene 25 años y síndrome de Down, trabaja como auxiliar de preceptoría en el Colegio Nuestra Señora del Valle, en Muñiz, a pocas cuadras de la casa en la que vive con sus padres y hermanos menores. Allí, en la sala de profesores, con su delantal azul y carpeta en mano, afirma con una sonrisa: «Siempre soñé con un trabajo como el que tengo hoy, en el que pudiera hacer cosas creativas».
Ordenada, responsable, puntual, prolija, respetuosa, buena onda, siempre de buen humor, divertida, creativa y pensativa. Esas son, para Carolina Sagarna, algunas de sus fortalezas. Y sus compañeras de trabajo coinciden.
Sin embargo admite que para llegar adonde está, tuvo que pasar por varias experiencias laborales: «Fui auxiliar de secretaría de primaria y secundaria en otras escuelas; también de limpieza y en clases de educación física. Además ayudé en una santería, hice una pasantía en una casa de pastas y soy educadora ambiental», enumera.
Su primer trabajo formal fue en una pizzería, donde estuvo nueve meses atendiendo y sirviendo las mesas. Pero luego de mucho pensarlo, decidió renunciar: sentía que allí no podía desarrollar toda su creatividad y potencial. «Me costó tomar la decisión, pero lo logré. Yo no me quedo con los brazos cruzados», confiesa.
En el colegio trabaja los lunes y miércoles haciendo «de todo»: desde repartir por las aulas los cuadernos de comunicaciones hasta preparar las carteleras con horarios que cuelgan del patio o colaborar en los preparativos de los actos de fin de año. Dice que la relación con sus compañeras y jefas es excelente, y éstas destacan su iniciativa permanente. En lo laboral como en su tiempo libre, Carolina no para: es curiosa, le gusta investigar en Internet, aprender cosas nuevas y escribir.
Trabajar es, para ella, sinónimo de independencia. A futuro, le gustaría vivir sola, cerca de su familia: «Pero tampoco tanto», aclara entre risas.
vía La Nación
06/12/2016
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